CREATIVIDAD

DESARROLLO DE LA CREATIVIDAD
ARTE Y CULTURA
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CULTURA Y FE

Cualquier intento  de relacionar la cultura y la fe debe hacerse desde una visión existencial del ser humano.

Cuando vemos las crueldades, las guerras, la destrucción y las traiciones que el hombre es capaz de ejercer, es fácil desconfiar de su naturaleza sobrenatural y bondadosa. Pero además, si volvemos la vista y contemplamos sus extraordinarias manifestaciones culturales, concluimos en que el ser humano posee un extraño comportamiento.

La Biblia habla de esto y lo hace de forma muy gráfica cuando se nos dice que de una misma boca salen al mismo tiempo bendiciones y maldiciones[1]. Lo cual es algo tan insólito como que una misma fuente produzca agua salada y dulce a la vez o una higuera produzca aceitunas. Sin embargo nuestra propia historia así lo atestigua. Pero como además el hombre es un ser social, no sólo se mueve en esa lucha constante entre la bendición y la maldición en el orden personal, sino que también tiene la capacidad de formar equipo para desarrollar ambas tendencias. Hemos visto  cómo puede diseñar la aniquilación de un imperio y planificar un genocidio, al igual que nos deslumbra al organizar la construcción de una catedral o proyectar un programa de sostenibilidad contra el hambre de una región del mundo.

Desde luego esta antinomia resulta irregular dentro de lo esperamos que ocurra con las cosas de la creación. Dios no sólo ha creado todas las cosas, sino que también ha diseñado las leyes que las sostienen, el pulso cósmico que las hace previsibles en su desarrollo.

Para los cristianos la explicación de esta incomoda convivencia entre lo bueno y lo malo,  se encuentra en la rebeldía original del hombre que le sentencia a convivir con el pecado. Nosotros mismos llegamos a experimentar habitualmente la sensación de no hacer el bien que queremos sino el mal que no queremos.[2] Y esto en el mejor de los casos, es decir, cuando hemos aceptado la redención que Cristo nos ofrece a través de su sacrificio en la cruz.

Estoy convencido de que el origen de la cultura se encuentra en el momento mismo de la creación.

El ser humano, formado a imagen y semejanza de Dios, con su primer aliento de vida, recibió varios privilegios. En primer lugar su entorno. Un paraje lleno formas deliciosas a la vista[3] y al gusto, o dicho de otro modo,  de estímulos muy positivos para sus sentidos. También se enfrenta con un elemento de reflexión, el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y todo ello lo empieza a vivir acompañado, ya que  el Creador  le complementa con  una pareja.

Otra capacidad maravillosa con que Dios dotó al hombre, fue la de trabajar lo creado hasta llevarlo a un estado diferente.  Esto es, le dio la posibilidad de labrar[4] y cuidar el entorno. Y qué es labrar sino modificar y manipular cosas para producir algo nuevo, como cosechas, obras de arte, herramientas, etc. Incluso hablamos habitualmente de labrarse un futuro o desarrollar un pensamiento y cómo no, construir ideas.  

La trascendencia de esta capacidad es fundamental para entender todo eso que llamamos cultura. Y es que la cultura, no es otra cosa que la consecuencia de cultivar, de intervenir, de cuidar, ordenar, labrar y producir cosas con el fin de ser utilizadas con un fin concreto. Además el ejercicio del cultivo, produce en el que lo practica un carácter especial. Se pueden cultivar cosas y se puede cultivar uno a sí mismo.

Así pues entendemos que la cultura es una actividad que el hombre ejercita porque tiene la capacidad de hacerlo. Pero si además es consciente de su condición de ser creado por Dios, la cultura es algo que tiene el compromiso de desarrollar.

La cultura es pues algo inherente al hombre y que en general persigue producir cosas buenas. Aunque, desgraciadamente en muchas ocasiones, y como hemos dicho anteriormente, esa capacidad se emplea para alcanzar objetivos verdaderamente crueles.

Dentro de la cultura, el arte es algo que sublima esa dotación, ya que todo producto artístico  es una creación que estimula la sensibilidad emocional. Hemos mencionado que Dios diseñó bastantes cosas con la única función de ser deliciosas a la vista. Lo que implica que también dotó al hombre de la capacidad de ser sensible a la belleza.

En algún pasaje de la Biblia llama “sabio de corazón”[5] al hombre que tiene talento  artístico, esto es disposición  para labrar cosas deliciosas a la vista y al corazón.

Así pues entendemos que la práctica del arte es acorde con el plan de Dios para el hombre. En suma, el arte y la cultura son cosas buenas.
Por lo tanto no puedo por menos que alentar desde aquí a todos los que entienden estas cosas como algo fundamental en la vida del hombre en general y del creyente en particular.

Pero me produce una inmensa amargura comprobar el menosprecio que en algunas épocas de la historia de la iglesia cristiana, se ha tenido hacia la actividad cultural y artística del hombre. Menosprecio que se ha justificado a veces en aras a la consideración del arte como una actividad que denota frivolidad y materialismo. Cuando es todo lo contrario. La cultura es una de las más profundas manifestaciones de la realidad de Dios en nuestras vidas. De otro modo, seriamos seres estólidos, animales con instintos desarrollados que a lo más que hubiéramos llegado sería a resolver problemas inmediatos para mejorar en nuestras técnicas de la caza del mamut.

La capacidad de labrar es la clave. Es el comienzo de la cultura y es un don de Dios.

Una de las cosas que me resultaron verdaderamente atractivas del ideario del Centro Cascadas, fue precisamente que mostraban un especial interés por la visión de un cristianismo integral, donde la cultura era un elemento básico. Y no  como en ocasiones nos encontramos, un reclamo para atraer a cierto tipo de potenciales creyentes.

Han pasado ya muchos años desde que estoy vinculado a Cascadas y ese acento en la dimensión cultural del ser humano lejos de haber decaído se ha definido de manera aún más concreta si cabe.

Es por eso que desde estas líneas quiero hacer constar todo mi apoyo y deseo de que esta obra prospere y se conozca en todas sus dimensiones.

Miguel Ángel Oyarbide
Noviembre, 2012





[1]Ver Santiago 3:9-12.
[2] Romanos 7:18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
[3] Génesis 2:9
[4] Génesis, 2:15
[5] Éxodo, 31:1-6

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