MEDIO AMBIENTE


Cuidando el Mundo Creado por Dios 

(El imperativo bíblico de la conservación)

John Stott 


Con este título se ha intentado reflejar la doble vertiente de una verdad única; el mundo pertenece a Dios (El es su creador), y a nosotros ha sido encomendada la tarea de cuidarlo (somos sus intendentes). 


1. Creado por Dios 


Al igual que sucede con la redención, para comprender el fenómeno de la creación resulta imprescindible asimismo el concepto de la Trinidad. 


Dios Padre creó todas las cosas en un principio con su 'gran poder, y con (su) brazo extendido' (Jeremías 32: 17). En agudo contraste con el burdo politeísmo del poema épico babilónico 'Enuma Elis', el libro de Génesis, ya en su primer capítulo, atribuye el hecho de la creación a la mera palabra del único Dios verdadero. 


Por su parte, el Nuevo Testamento da fe de la actividad creadora del Hijo. El mundo existe por haber sido creado por Él (él es su agente), para Él (él es su heredero), en Él (él constituye su principio integrador) y bajo Él (él es su Señor); véase Colosenses 1:15-17; Juan 1:3, Hebreos 1:2,3. Es más, es un Jesús hombre donde se ve cumplida la comisión cultural de sojuzgar la tierra. 


Reflexionando sobre Génesis 1, el salmista escribió acerca del hombre (hombre y mujer) que Dios había puesto ‘todo…debajo de sus pies’ (Salmo 8:6). A su vez el autor de Hebreos, reflexionando sobre el Salmo 8, escribió que ‘todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas (al hombre). Pero vemos…a Jesus, coronado de gloria y de honra’ (Hebreos 2:8,9), con ‘todas las cosas bajo sus pies’ (Efesios 1:22). De esto se sigue que, mientras que el hombre por su parte falla en el cumplimiento de cuidar del mundo creado, Jesucristo es el heredero, sustentador y señor de ese mundo. Cristo, segundo Adán, es la cabeza de la nueva creación y, como tal, ejerce su soberanía sobre el mundo. 


Junto a la iniciativa creadora de Dios Padre y la actividad agente de su Palabra, Cristo, en quien todas las cosas fueron creadas y en quien todas las cosas se sustentan, esta también ‘el Espiritu de Dios, (que) se movía sobre la faz de las aguas’ (Génesis 1:1-3). Lutero lo ilustra muy gráficamente: ‘Al igual que la gallina empolla los huevos para que puedan hacer sus polluelos; así se aposentaba el Espíritu. 'Envías tu Espíritu, son creados (las criaturas), y renuevas la faz de la tierra’ (Salmo 104:30). 


Maravillosa certidumbre tenemos, pues, de que Padre, Hijo y Espíritu Santo actuaron al unísono en la creación del mundo, y actúan al unísono en su continuo control y conservación. Por ellos el mundo vino a existir. Por ellos continúa existiendo. Por ellos, llegará el día en que la creación toda sea liberada de su esclavitud a la corrupción para ser investida al fin con la libertad de la gloria de Dios. 



2. El Señor delega en nosotros 


En las Escrituras se afirma que ‘De Jehová es la tierra y su plenitud’ (Salmo 24:1) y, sin embargo, también se dice expresamente que El ‘ha dado la tierra a los hijos de los hombres’ (Salmo 115:16). Pese a su aparente contradicción, ambas afirmaciones son igual de ciertas. La tierra le pertenece a Dios por creación, y a nosotros por delegación. Esto no quiere decir que Dios haya entregado en renuncia total a sus derechos, sino que ha delegado en nosotros la responsabilidad de preservarla y potenciarla en Su favor. 


¿Cuál debería ser entonces nuestra actitud como cristianos respecto al planeta? Pues, teniendo siempre presente ese doble factor de la creación y su posterior delegación, procuraremos no caer en dos posibles extremos opuestos, dándose opción a una tercera vía para establecer una correcta y mejor relación con la naturaleza. 


En primer lugar, evitamos la ‘deificación’ de la naturaleza. Este es el error en el que caen panteístas, identificado al Creador con su creación; o los animistas, al poblar el mundo natural con toda clase de espíritus; o también el movimiento denominado ‘Gaya’, de la Nueva Era, que propugna la existencia de mecanismos activos en la propia naturaleza que tienen como misión la auto-regulación y auto-perpetuación de su esencia. Todas estas son filosofías confusas que ofenden de suyo al auténtico Creador. De hecho, la desacralización cristiana de la naturaleza (el reconocimiento explícito de que la naturaleza es creación y no creador) fue condición previa indispensable para que pudiera darse la investigación científica; y sigue siendo hoy día requisito esencial para el desarrollo de los recursos naturales. El cristiano respeta la naturaleza, por saberla creación divina, pero ni la reverencia ni la cree intocable, por comprender que no es Dios. 


En segundo lugar, evitamos ‘el abuso’ de la naturaleza, que es el extremo opuesto. Es decir, en vez de tratar a la naturaleza como si fuere Dios, le tratamos de una manera ensoberbecida como si fuéremos Dios nosotros. El primer capítulo de Génesis ha sido injustamente acusado de fomentar la irresponsabilidad medioambiental. Cierto que Dios comisionó a la raza humana para que ‘ejerciera dominio’ sobre la tierra y la ‘sojuzgara’ (Génesis 1:26-28), pero sería absurdo concluir que aquel que ha creado la tierra, va a hacer entrega de ella para que sea destruida. No; el dominio que Dios concede implica una mayordomía responsable que condena toda forma de destrucción indiscriminada. 


La tercera y correcta relación consiste en la cooperación entre el ser humano y la naturaleza. Dios se ha humillado deliberadamente a sí mismo para hacer necesaria esta colaboración. Cierto que El creó la tierra, pero nos encomendó a nosotros la tarea de sojuzgarla. Dios plantó el huerto, pero puso a Adán dentro para que lo labrara y lo guardase (Génesis 2:15). Esta comisión tan específica ha sido descrita en ocasiones como una comisión ‘cultural’; lo que Dios no ha entregado es ‘naturaleza’, pero la actividad que nosotros ejercemos sobre ella es ‘cultura’. Es decir, nuestra misión no ha de consistir tan sólo en preservar el entorno, sino que, además, es tarea nuestra desarrollar los recursos existentes con vistas a un bien común. 


Nada más noble y honroso que ser hechos copartícipes con Dios en el cumplimiento de sus designios, transformando el orden creado para beneficio y disfrute de la humanidad toda. Así, nuestro trabajo habrá de ser expresión plena de nuestra adoración, pues nuestro cuidado de la creación reflejará nuestro amor al Creador. 



Traducido de “Christian Impact Study Series - Green Issues”



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  VALORACION DE LA NATURALEZA Y CUIDADO DEL MEDIOAMBIENTE









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